sábado, 28 de mayo de 2011

Fumar en la calle


Fumando en la calle

Desde la aprobación y puesta en marcha de la polémica ley del tabaco, se vienen sucediendo un conjunto de fenómenos que han venido alterando la rutina ordinaria de la convivencia en las ciudades. Todo cambio acarrea consecuencias y la mayor se viene repitiendo de forma universalmente extendida y con el aparente consentimiento de los vigilantes públicos. Ante la prohibición de fumar bajo techo, los fumadores han tomado la calle, animados, sin duda, por los hosteleros que, con acopio de bienes de diferente naturaleza han venido tomando las aceras por la plantación a las bravas de mesas, bancos y taburetes; barriles, medios barriles y cuartos de barriles; murete, poyete y sainete; sombrilla, parasol y quitasol; cenicero, servilletero y palillero; macetero, abrevadero y pesebre. Cada cual expresa su vena artística en recoger las cenizas de un negocio que se abrasa.

Así que, paseante paseando, sin fumar o fumando, por la ciudad, de acera en acera, esquivando me ando. No necesariamente esquivo humos ajenos: me obligan al quite la falta de uniformidad en el diseño de los espacios para fumar despacio. Si se hubieran puesto de acuerdo para alinearlos, bien del lado más próximo a las fachadas, bien del más cercano al tráfico, podría mantener un rumbo meridianamente rectilíneo, pero las ganas de llevar la contraria al vecino de al lado, me obligan a practicar el slalom. Así que haciendo eses voy.

Expulsando el humo de los locales los han dejado huérfanos de un elemento olfativo cohesionante, así que ahora puedes distinguir en algunos locales olor a fritanga, tufo a sobaquina e incluso a veces, olor a heces. ¿Se impondrá y extenderá la carta pituitaria?

Todo pecado encierra su propia penitencia. Según Murphy la tostada cae sobre el lado de la mantequilla. Eso nos obliga a desechar una que ha pasado previamente por el suelo. ¿Nos la hubiéramos tomado si hubiera aterrizado en seco? Intuimos que sí. Así que demos gracias por haber caído de ese lado. Debemos acostumbrarnos a buscar el lado provechoso de lo que está cayendo.

Los hosteleros, obligados por la impuesta expulsión temporal de su propio negocio –mientras calan el pitillo– se han visto, a la fuerza, obligados a recuperar un sano hábito prácticamente en desuso: salir a la calle, ver sus establecimientos desde el mismo lugar que lo ven los viandantes y así mejor poder calarles. Antiguamente era práctica comercial común que los tenderos tomaran las aceras mostrando sus mercancías y ganando metros para su negocio, lo que también les obligaba a asomar la nariz y dejar el cobijo del techo protector. Vigilaban el género expuesto, observaban a la competencia y saludaban cortésmente a los paseantes habituales. Obligados, pues, estaban a ver desde donde veían sus clientes.
Los niños más baratos si van juntos

Hoy se pertrechan tras el mostrador o la barra y han dejado de mirar desde donde ellos miran. Así que, donde unos miran, otros ven, algunos observan y pocos comprenden. Gracias al tabaco por dejar abrir los ojos.

2 comentarios:

  1. Este artículo me parece buenísimo y de plena actualidad. No lo ví en su momento pero si antes había obstáculos en las aceras, ahora que han pasado unos meses, muchos más.

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  2. Lucía: Gracias. Lo rebotaré en facebook, para darle un poco de vidilla.

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